martes, 27 de marzo de 2018

Hojas de espinacas que podrían ser parches para el corazón humano

 
Cada vez se están produciendo mayores avances en el cultivo de tejidos humanos a partir de células madre, desde células cardíacas en una placa de Petri hasta impresiones en 3D.
 
Pero ensamblar la compleja vascularidad del tejido cardíaco es todo un desafío. Incluso las impresoras 3D más sofisticadas no pueden fabricar la estructura. Sin embargo, los investigadores del Instituto Politécnico de Worcester podrían tener una solución: usar hojas de espinaca como la columna vertebral del tejido cardíaco.
 
El estudio, publicado recientemente en la revista Biomaterials, ofrece una forma innovadora de resolver un problema común en ingeniería de tejidos echando la mirada hacia el mundo de las plantas.
 
Aunque las plantas y los animales transportan fluidos de formas muy diferentes, sus estructuras vasculares son similares.
 
Pero para usar esa estructura, el de una hoja de espinaca, los investigadores tuvieron que eliminar las células de la planta, dejando intacto su sistema vascular. Para lograr tal hazaña, el equipo lavó las hojas mediante el uso de un tipo de detergente. La estructura de celulosa restante es compatible con tejido humano.
 
A continuación, los investigadores sembraron la espinaca con tejido cardíaco, que comenzó a crecer dentro de la hoja. Tras de cinco días, fueron testigos de que algunos de los tejidos que se contraían a nivel microscópico, es decir, que de algún modo la hoja de espinaca comenzaba a latir. Finalmente, hicieron pasar líquidos a través de las hojas para mostrar que podrían transportar sangre.
 
Aunque el equipo no pretendía cultivar un corazón completo a partir de la hoja de espinaca, esperan que el método se pueda utilizar para ayudar a los pacientes después de sufrir un ataque cardíaco u otro problema similar. En el futuro, pues, diferentes plantas podrían usarse como andamios para hacer crecer diferentes parches y piezas de repuesto.

lunes, 26 de marzo de 2018

Un anticuerpo elimina las placas de Alzheimer, en ratones

Años antes de que las personas comiencen a mostrar síntomas característicos de la enfermedad de Alzheimer, las llamadas placas amiloides comienzan a formarse en sus cerebros, dañando las células cercanas.
 
Durante décadas, los médicos han buscado formas de eliminar estas placas como una forma de prevenir o tratar la enfermedad. Ahora parece haberse descubierto cómo, aunque de momento el ensayo ha sido realizado en ratones.
APOE
 
Las placas amiloides están compuestas principalmente por una proteína cerebral llamada beta amiloide. Pero anidados dentro de las placas hay pequeñas cantidades de otra proteína: APOE. Las variantes del gen APOE son el mayor factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer.
Ahora, los investigadores de la Facultad de medicina de la Universidad de Washington han demostrado que un anticuerpo no solo se dirige al APOE para eliminarlo, sino que también elimina las placas.
 
Los hallazgos, disponibles desde el 26 de marzo en el Journal of Clinical Investigation, podrían conducir a una forma de detener el daño cerebral provocado por las placas de amiloide mientras la enfermedad todavía está en sus etapas iniciales, tal vez antes de que aparezcan los síntomas.
 
Al parecer, una vez que los anticuerpos se unen a su objetivo APOE, atraen la atención de las células inmunes itinerantes, que transportan el anticuerpo y el objetivo para destruirlos. Los investigadores probaron varios anticuerpos que reconocen el APOE humano en ratones genéticamente predispuestos a desarrollar placas amiloides. Los genes APOE de los ratones se habían reemplazado con un gen APOE humano. Los anticuerpos fueron desarrollados en colaboración con Denali Therapeutics.
 
No existe tratamiento para prevenir o retrasar el inicio de la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, se están evaluando en ensayos clínicos algunos anticuerpos que eliminan las placas amiloides. Si bien tales anticuerpos son prometedores, a veces acarrean el efecto secundario de la inflamación y la hinchazón en el cerebro. Sin embargo, los anticuerpos que se dirigen a APOE pueden tener éxito en la eliminación de placas en las personas y es menos probable que desencadenen una respuesta inmune destructiva.

martes, 20 de marzo de 2018

Infiltrados e infiltradas


 
Se me acaba de caer otro mito, oigan. Uno más. El asunto, esta vez, es que en mi acrisolada ingenuidad tenía la convicción de que infiltrar policías en bandas de atracadores, traficantes, terroristas y gente así, era un asunto que se llevaba en el más absoluto secreto. Estrictamente confidencial, vamos. Lo pensaba no por haberlo visto en el cine, que también, sino por experiencia propia. En mis tiempos de reportero tuve ocasión de conocer a varios de esos serpicos. Recuerdo a uno que estuvo dentro de una peligrosa banda de atracadores, jugándose el pescuezo, hasta que los trincaron a todos en un atraco en el que él conducía el coche. Y de otro que, en un final muy a la española, estuvo dentro de un comando de ETA hasta que lo llamó su jefe a las cuatro de la mañana para decirle: «Pírate de ahí ciscando leches, porque mañana sale tu nombre y tu foto en un reportaje de Interviú».
Creía, como digo, que eso de infiltrar maderos o picoletos entre los malos era una cosa delicada, que por razones obvias se llevaba a cabo con discreción extrema. Siempre supuse que un comisario, tras observar el comportamiento y condiciones humanas de uno de sus elementos o elementas –también conocí a una infiltrada que trabajó en Melilla y tenía más ovarios que el caballo de Espartero–, le echaba el ojo y lo preparaba para el asunto, o éste se presentaba voluntario porque le iba la adrenalina, la marcha o la pasta a cobrar. En cualquier caso, que todo se llevaba a cabo con la clandestina opacidad necesaria. Sin embargo, me equivocaba. Errado andaba. Porque esto es España, oigan. La del telediario. El paraíso de los ministros de Interior bocazas y de los tontos del ciruelo.
¿Adivinan ustedes cómo se recluta en España a policías para infiltrarlos entre delincuentes y terroristas? Pues sí, lo han adivinado: mediante convocatorias públicas que además salen en los periódicos. «Interior selecciona a 40 policías para infiltrarlos en grupos criminales», titulaba sin complejos un diario hace un par de semanas. A continuación exponía los criterios de selección –idiomas, pruebas psicotécnicas y psicológicas– y luego, eso es lo más bonito, detallaba en qué iba a consistir la tarea de quienes superasen tales pruebas: identidades falsas, negocios y empresas pantalla, vehículos con matrículas chungas y cosas así. Y para rematar, señalaba objetivos concretos: tráfico de órganos, trata de seres humanos, secuestro, prostitución, narcotráfico, pederastia en Internet, terrorismo y otros palos. Todo un programa de infiltración, como ven. Bien desmenuzado, a fin de que no haya dudas. Un alarde admirable de transparencia informativa, para que luego no vayan diciendo que en España no lo sometemos todo a la luz y el escrutinio públicos. Aunque si uno rasca, siempre encuentra algún resabio fascista por ahí; como cuando, para completar tan necesaria información, uno de los diarios que publicaron la noticia preguntó a la Policía cuántos agentes encubiertos hay en activo –los ciudadanos y ciudadanas españoles y españolas tienen derecho y derecha a saber–, pero el portavoz policial, en un censurable acto de oscurantismo predemocrático franquista, se negó a dar esa información. Por  lo menos, ahora sabemos que habrá cuarenta más de los que hay. Algo es algo.
Dicho lo cual, no sé a qué esperan los políticos. A qué aguardan los cancerberos de nuestra integridad moral para entablar un debate parlamentario sobre el asunto. Para preguntar cómo y por qué, en flagrantes usos policiales del pasado, se infiltra pasma encubierta en grupos malevos; para pedir una lista de sus nombres y apellidos y comprobar si cumple el concepto de igualdad, con tantos infiltrados como infiltradas; para establecer hasta qué punto eso no atenta contra los derechos de los que, aunque nos pese, también deben gozar los delincuentes, a los que –buscando siempre su reinserción y nunca la venganza social, que es mala, Pascuala– debemos combatir cara a cara y a la luz del día, con limpias prácticas democráticas y no con tenebrosos subterfugios y engaños propios de otras épocas. No sé a qué esperan, insisto, para tener allí largando al ministro Zoido, que con ese verbo ágil que tanto bien hace siempre a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado a los que dirige y representa, nos tranquilice al respecto, el artista. Porque infiltrados, sí, vale. De acuerdo. Pero con convocatoria oficial, luz y taquígrafos, y dentro de un orden.
Creo haberlo escrito ya alguna vez; pero, con su permiso, vuelvo a escribirlo ahora: en España llevamos mucho tiempo siendo gilipollas por encima de nuestras posibilidades.

La profesora de Osaka


 

Pues eso. Resulta que mi amigo Manolo leyó ayer que los príncipes de Disney, los guaperas que besaron a Blancanieves y a la Bella Durmiente para despertarlas del sueño mágico, eran unos agresores sexuales de tomo y lomo. Leyó eso, como digo, conclusión extraída por una profesora de no sé qué universidad –la de Osaka, me parece– y comprendió, el infeliz, que engañado había vivido hasta hoy, Sancho. Porque el principito que besa a una principita encantada no lo hace, como él creía, para liberarla del maleficio, sino porque es hombre y como tal no puede tener buenas intenciones; y porque, por mucho que se tire el pegote de salvarla, en el fondo lo que quiere es pillar cacho. Y además, el fin no justifica los medios.

Porque a ver, razonemos. Como la moza está dormida, no hay manera de que dé su consentimiento. Y eso sitúa ante un imposible metafísico: sin consentimiento previo, nadie puede besar. Así que es preferible que el príncipe vaya a mamarla a Parla, y nadie bese a la moza, y ésta siga dormida hasta dar un consentimiento que sólo puede dar despierta. Pues que ronque y se fastidie, oyes. Haberte comido un plátano en vez de una manzana, guapi. Porque, bien mirado, ser felices y yantar perdices, por bonito que suene, no puede lograrse a costa de una agresión sexual. Ese beso robado y todo el cuento en general, dice la profesora, son una incitación directa a la violencia sexual, hasta el punto de que relatos como ese, o sea, casi todos, son perniciosos para los niños y deberían prohibirse en la escuela, en el cine y en todas partes. O sea, quemarlos.

 Y así, con ese mal rollo en la cabeza, se acostó Manolo anoche y se despierta de madrugada junto a ese pedazo de señora con la que tiene la suerte de compartir lecho estos días, o estos años, o toda la vida, según de qué Manolo se trate. Y como hay algo de luz que entra por la ventana, se la queda mirando mientras la oye respirar y piensa que nunca está tan guapa como a estas horas, dormida, tibia, con esa carne estupenda relajada y cálida, el pelo revuelto en la almohada, la boca entreabierta. Para comérsela, o sea. Sin pelar. Y, bueno, como Manolo es fulano de normal constitución y gustos clásicos, siente el estímulo lógico en tales casos, y la carne, por decirlo de un modo perifrástico, reclama lo natural –todavía no han logrado convencerlo, aunque todo llegará, de que tampoco eso es natural–. Así que se dispone a besarla. Pero de pronto se acuerda de Blancanieves, la Bella Durmiente y la profesora de Osaka y piensa: la cagaste, Burlancaster.

El caso es que Manolo inspira hondo, se levanta de la cama y se debate con su conciencia en pijama y descalzo por el dormitorio –a riesgo de agarrar una neumonía–. Mira, duda, vuelve a mirar esa estupenda forma de mujer bajo la colcha, y vuelve a dar otra vuelta blasfemando en arameo. No puedo ser tan miserable, se reprocha. No puedo arrimar candela por las buenas. Tengo que despertarla antes, para que no sea agresión sexual no consentida. Hola, mi amor, buenos días. ¿Te apetece que te haga un homenaje, y viceversa? ¿No te sentirás violentada en tu libertad? ¿Y en tu igualdad? ¿Y en tu fraternidad?
 
La verdad es que no lo ve claro. Ni de coña. La profesora de Osaka lo ha hecho polvo. La bella durmiente sigue dormida, y a lo mejor hasta despertarla sin beso, tocándole un hombro, también es agresión sexual. Atenta contra su libertad de dormir cuanto le salga del chichi. Manolo se ve, o sea, como los babosos príncipes de los cuentos. Fuma un pitillo para tranquilizarse, vuelve a pasear por la habitación –la neumonía está a punto de caramelo–, se para de nuevo a mirarla. La verdad es que está guapa que se rompe, piensa. Se acerca con cautela y la destapa un poco. El camisón de seda se ha movido y se le ve una teta –o como se diga ahora– preciosa, espléndida, gloriosa. La carne pecadora acucia a Manolo de nuevo. Pero se acuerda otra vez de la de Osaka, así que, en un acto de voluntad admirable, va al cuarto de baño y se da una ducha fría, por no hacerse otra cosa. Sale tiritando, se pone otra vez el pijama y se mete en la cama, orgulloso de sí mismo. Pero como está aterido y ella sigue tibia que te mueres, se pega a su cuerpo cálido. Entonces ella se vuelve hacia él, dormida aún, y a tientas, en sueños todavía, le pone una mano en plena bisectriz y murmura «cariño». Y, bueno. Manolo ignora si está soñando con él o con George Clooney, pero le da igual. Porque ese es el momento exacto en que a la profesora de Osaka le dan mucho por el sake.


 

jueves, 8 de marzo de 2018

No es buena idea la sobredosis de vitamina D

Las vitaminas son buenas. Para nosotros son epítome de la salud. Por eso cada vez hay más gente que toma suplementos vitamínicos. Si no sufres deficiencia de vitaminas, no es buena idea. Pero si la sufres, tampoco es necesariamente buena idea.
 
Por ejemplo, en el caso de la vitamina D. Tomar demasiado tiene efectos muy adversos en la salud y superar el límite de dosis segura es relativamente fácil.

Vitamina D

Resulta engañoso intentar saber si estamos tomando una sobredosis de vitamina D si solo nos fijamos en los efectos aparentes en nuestro organismo. La vitamina D, a diferencia de muchas de las otras vitaminas, es soluble en grasa (liposoluble). Eso significa que si tomas demasiado de ella, no lo harás como si fuera una vitamina soluble en agua. La vitamina D se aferrará a la grasa corporal para su uso posterior, lo que puede agravar los efectos de una sobredosis diaria.
 
Solemos percibir los suplementos vitamínicos como inofensivos cuando solo estás tomando una o dos pastillas todas las mañanas. Pero no es así.
 
De hecho, dos cápsulas de vitamina D al día ya pueden sumar el límite diario. Si tomas cualquier dosis vitamina D con la comida (y casi seguro que lo estás haciendo), ya habrás superado la dosis segura. Y un nuevo estudio en el Journal of the American Medical Association sugiere que el 3,2 por ciento de todos los estadounidenses están haciendo justamente eso.
 
No hay evidencia sólida de que tomar multivitaminas o cualquier otro tipo de vitamina sea beneficioso para su salud a menos que tenga deficiencia de vitaminas. Eso también se aplica a las vitaminas prenatales, a excepción del ácido fólico. La vitamina D es una rara excepción, porque no es tan raro tener una deficiencia en ella. Los estudios no pueden llegar a un acuerdo sobre un número exacto, pero alrededor del 30-40 por ciento de los adultos estadounidenses no obtienen suficiente D de su dieta y luz solar. Solo unos pocos alimentos lo contienen. Y el problema con la luz solar (que no proporciona vitamina D, pero activa la producción) es que es perjudicial someterse demasiado tiempo a ella.
 
Aquí está el problema: aunque es difícil saber si tienes deficiencia de vitamina D, tomar demasiado podría ser mucho peor. Las dosis altas tienen el potencial de causar náuseas, vómitos, estreñimiento y debilidad. Un ensayo clínico doble ciego en realidad descubrió que los suplementos de vitamina D hacían que los pacientes de edad avanzada fueran más propensos a caerse y fracturarse un hueso, lo que contradice todo lo que se pensaba que podían hacer los suplementos. Y como demasiada vitamina D puede conducir a demasiado calcio, también puede terminar con cálculos renales y ritmos cardíacos anormales.
 
Una persona que sigue una dieta equilibrada probablemente no surgirá ninguna carencia de vitaminas, si acaso, según el Libro Blanco de la Nutrición en España, solo puede haber carencias de zinc y ácido fólico, y de vitamina D en mayores de cincuenta años. Es más económico comerse una pieza de fruta que comprar un frasco de píldoras.
 
No hay evidencia de que tomar suplementos de vitamina D pueda curar o prevenir la osteoporosis o fracturas óseas, mejorar la densidad ósea o prevenir infecciones. Pero ingerir demasiado es peligroso. Así que, salvo prescripción facultativa con un segumiento de análisis de sangre regulares, mejor olvidarse de los suplementos.