viernes, 8 de junio de 2018

La casa que nunca será


 
Hay héroes solitarios, guerreros aislados cuyo tesón admira e incluso enternece: gente que lucha a contracorriente incluso cuando, tarde o temprano, comprueba que la victoria estaba descartada desde el principio, y que lo de verdad necesario era luchar. Eso es decisivo en el caso de los padres, de los maestros, de todos aquellos que, de una u otra forma, influyen en niños y jóvenes. En este sentido dije alguna vez –éste es mi artículo 1.300 en XLSemanal, así que casi todo lo he dicho alguna vez– que tal como está el paisaje, incluido el familiar, los buenos maestros son nuestra última esperanza. Y que debería hacerse con éstos una profesión de élite, rigurosamente seleccionada, con buena paga, respetada, mimada por la sociedad a la que sirve y cuyo futuro, en buena parte, de ella depende.

Pienso en eso al recibir carta de un profesor del instituto Mariano José de Larra de Madrid: uno de los que todavía creen que el combate vale la pena. Me cuenta que hace salidas con los alumnos por el barrio de las Letras de Madrid, lugar mítico donde, en pocas calles, vecinos unos de otros, odiándose como españoles, volcando en filias y fobias su talento y su grandeza, Quevedo, Lope de Vega, Góngora, Calderón, Cervantes y otros autores vivieron y murieron durante el Siglo de Oro, el más fecundo y asombroso de nuestra cultura. Pasea por tales calles con sus alumnos, cuenta el profesor, mostrándoles todo eso: la casa de Lope, la placa donde estuvo la vivienda que compró Quevedo para echar a Góngora, el convento donde enterraron a Cervantes y la casa en la esquina de la calle del León –o lugar en el que estuvo–, donde vivió sus últimos años y murió el autor de El Quijote.

Llegado a ese punto de su carta, el profesor, como buen héroe solitario y quijotesco, hace una sugerencia deliciosamente ingenua. Usted que está en la Real Academia y sus compañeros, señor Reverte –dice–, en una formidable institución que en otro tiempo compró y puso a salvo la casa de Lope de Vega, situada en la misma calle, ¿no han pensado hacer lo mismo con la de Cervantes? En estos tiempos en que tanto se derrocha en gastos efímeros, ¿imagina que en vez de una tienda de calzado, como la que hay en la planta baja, se reconstruyera la vivienda del mayor genio de las letras universales, y pudiera visitarla el público? Piense usted –prosigue– en la recreación del ambiente en que pasó sus últimos días Cervantes, los interiores, la calle vista desde las ventanas enrejadas. ¡Lope y Cervantes de nuevo cara a cara, frente a frente, en la misma calle en la que vivieron! ¿Imagina lo que harían ingleses, franceses o alemanes si tuvieran eso?… Y concluye con un párrafo cuyo tierno candor casi llena los ojos de lágrimas. «¿El dinero? No faltarían mecenas. ¡Qué gran publicidad! Eso quedaría para el futuro».

¿Qué responderle al buen profesor? ¿Que la Real Academia Española, que con las otras 22 academias hermanas –la última, Guinea Ecuatorial– gestiona la delicada diplomacia de la unidad lingüística de 550 millones de hispanohablantes, lucha prácticamente sola, olvidada por el Estado, asfixiada económicamente por la mala voluntad del gobierno de Mariano Rajoy, que en dos legislaturas –a diferencia de sus predecesores– no ha encontrado media hora para visitar el edificio de la calle Felipe IV? ¿Que el poco dinero con que cuenta la RAE se destina a mantener las complejas y caras estructuras, la plantilla de personal contratado y los medios técnicos que hacen posible que un estudiante mexicano, un abogado argentino, un profesor colombiano, un médico cubano, utilicen el mismo Diccionario, la misma Ortografía y la misma Gramática? ¿Que entre españoles capaces de llamar a don Pelayo mito franquista, facha al almirante Cervera o democracia de baja calidad a la que disfrutamos, en este disparate donde cualquier imbécil analfabeto, cualquier pedorra sin cualificar, osan discutirle un concepto a Juan Pablo Fusi, Sánchez Ron, Gregorio Salvador, Javier Marías o Vargas Llosa, o sea, en este antiguo lugar hoy en plena demolición, la casa donde murió Cervantes importa menos que una final de liga o el resultado de Operación Triunfo?
 
Lo siento, querido profesor, es la respuesta. Su noble sugerencia sólo conmueve a cuatro gatos, y ninguno tiene medios para llevarla a cabo. Seguirá usted luchando solo, como aquí es costumbre. Y cuando lleve a sus alumnos ante el lugar donde murió Cervantes, frente al portal de la zapatería, tendrá que suplir con sus palabras, en la soledad de su voluntad, su lucidez, su imaginación y su coraje, lo que la desidia y la incompetencia dan al olvido en esta España miserable, desmemoriada e ingrata.

lunes, 4 de junio de 2018

Los robots podrán tener tacto gracias a este sistema nervioso artificial

 
Un sistema nervioso sensorial artificial que puede activar el reflejo de contracción en una cucaracha e identificar letras en el alfabeto Braille ha sido desarrollado por un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford, en colaboración con la Universidad Nacional de Seúl.
Los resultados de este trabajo han sido publicados en la revista Science.
 

Sistema nervioso artificial

La creación de piel artificial para extremidades protésicas podría restaurar la sensación de los amputados y, quizás, algún día darles a los robots algún tipo de capacidad de reflejo. Este circuito nervioso sensorial artificial, pues, podría integrarse en una futura cubierta similar a la piel para dispositivos neuro-protésicos y robótica blanda. Según ha explicado Zhenan Bao, profesor de ingeniería química y uno de los autores principales:
Damos por entendida la piel, pero es un sistema complejo de detección, señalización y toma de decisiones. Este sistema nervioso sensorial artificial es un paso hacia la creación de redes neuronales sensoriales similares a la piel para todo tipo de aplicaciones.
 
El sistema tiene tres componentes principales: un sensor táctil que puede detectar incluso fuerzas minúsculas, una neurona electrónica flexible y un transistor sináptico artificial modelado según las sinapsis humanas. En una prueba conectaron su nervio artificial a una pata de cucaracha y aplicaron pequeños incrementos de presión a su sensor táctil. La neurona electrónica convirtió la señal del sensor en señales digitales y las transmitió a través del transistor sináptico, lo que provocó que la pata se moviera más o menos a medida que aumentaba o disminuía la presión sobre el sensor táctil.
 
También mostraron que el sistema podía detectar varias sensaciones táctiles. En otro experimento, el nervio artificial fue capaz de diferenciar letras de Braille, es decir, una simple sucesión de puntos en relieve. En otro, hicieron rodar un cilindro sobre el sensor en diferentes direcciones y detectaron con precisión la dirección del movimiento.
 
Los investigadores advierten que, con todo, esta tecnología se encuentra en su infancia. Por ejemplo, la creación de recubrimientos artificiales para dispositivos protésicos requerirá nuevos dispositivos para detectar el calor y otras sensaciones, la capacidad de insertarlos en circuitos flexibles y luego una forma de conectar todo esto al cerebro.
 
El grupo también espera crear redes de sensores artificiales de baja potencia para cubrir robots, con la idea de hacerlos más ágiles al proporcionar algunos de los mismos datos que los humanos obtienen de su piel.