jueves, 15 de junio de 2017

Los godos del emperador Valente


 
En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais -religión mezclada con liderazgos tribales- hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. 

Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar. 

La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.

(Escrito por Arturo Pérez-Reverte el 13 de septiembre de 2015)

Consejos para dormir bien a pesar del calor (y sin aire acondicionado)

Las noches tropicales afectan a nuestros ciclos de sueño por las altas temperaturas, sobre todo cuando no tenemos aire acondicionado.
 
Todos ansiamos la llegada del veranito... hasta que nos encontramos de golpe con la primera ola de calor del año, una visita metereológica que por lo general suele quedarse bastante tiempo.
 
El sueño es uno de los grandes damnificados por esta situación. Los días tienen mucha más luz, soportamos más ruidos porque abrimos más las ventanas y cambiamos nuestros patrones de sueño porque hacemos más vida en la calle.
 
Intentar descansar en una casa con casi 30 grados de temperatura es para muchos una misión casi imposible y hace que incluso añoremos las horas de trabajo en una oficina bien climatizada. Aún así, con unos pequeños trucos podemos arañar un poco más de tiempo de sueño entre tanto sopor.
 
1. Aíslate de los ruidos
Fiestas de verano, vecinos viendo la tele a tope por no poder dormir... Usar unos buenos tapones a medida pueden ser de gran ayudar para que puedas caer redondo en la estación más ruidosa del año.
Tampoco tienes que forzar la máquina y quedarte contando ovejas, pero una vez que estés convencido quizá sea bueno desconectar.
 
2. La tecnología no ayuda
No, la tecnología no ayuda nunca y hay estudios que lo corroboran, pero en momentos en los que cuesta conciliar el sueño tendemos más a encender las pequeñas pantallas en la cama.
Esto es algo poco recomendable para desconectar aunque tengamos la tentación de distraernos del maldito calor: lo mejor que puedes hacer si no concilias el sueño es leer un libro con una luz adecuada que ilumine bien tu lectura.
 
3. Intenta no trastocar tus rutinas
Los planes se suelen ir de las manos en época estival, pero que sepas que el sueño no se recupera después con una maratón de horas en el catre.
En verano puede ser ideal incorporar nuevas rutinas como que des un paseo después de cenar, ya que respirar aire de la calle y hacer algo de ejercicio te ayudará a engañar el cuerpo y que se relaje a pesar de que a veces la temperatura exterior no baje de los 25 malditos grados.
 
4. No te pases con el aire acondicionado
Comprueba que los filtros del aire estén limpios y, si no te sienta mal, duerme con él a no menos de 25 grados. El resto del día tampoco te emociones bajando la temperatura, ya que no es recomendable para el cuerpo sufrir cambios de más de diez grados de golpe. Tu bolsillo y tu salud lo agradecerán.
 
5. No te olvides de hidratarte
Es de perogrullo, pero el agua tiene que ser tu mejor compañera de sudores. Y no sólo para beber: también para tener un pulverizador para mojar tu cuerpo o tus sábanas.
 
6. Ventila sólo cuando toca
Si tienes una casa con una orientación o una certificación energética desastrosa vas a tener que hacer virguerías para conseguir una mísera sensación de frescor. Los toldos y las persianas tienen que estar bajadas cuando aprieta el sol y las ventanas sólo se deben abrir a partir de las diez o las once de la noche.
 


lunes, 12 de junio de 2017

Aguas españolas


Creo haber dicho alguna vez que, cuando ya no puedo aguantar más este lugar al que algunos llamamos España, procuro mirarlo a través de una biblioteca a fin de comprender y hacer soportable, al menos, su enfermedad social, su vileza histórica y su continua desgracia. Quiero decir que recurro a los libros como explicación y como analgésico, y eso alivia mucho. Consuela, y ya es algo, pues la comprensión de las cosas ayuda a encajarlas. Sin embargo, hoy me pillan ustedes dándole a la tecla con la guardia baja, y debo confesar que cuando digo eso de la biblioteca no soy sincero del todo. Hay otros métodos analgésicos más elementales, querido Watson. Alguno es peligroso, porque tiene dos direcciones: lo mismo puede consolarte que cabrearte más. Pero así es la vida. Me refiero a ir por la calle, mirar y escuchar. Apoyarte en la barra de un bar y tender la oreja. Buscar la parte divertida, entrañable a veces, de lo que somos. O de cómo somos. Y eso, que tantas veces nos condena, nos salva otras. Cómo no vas a querer a estos fulanos, me digo a veces. Malditos españoles de las narices. Cómo no los vas a querer.

Les cuento la penúltima. Después de varios días de mar y cielo echo el ancla en Formentera frente al Molí de la Sal, cinco metros de sonda y treinta y cinco de cadena, en un fondeadero magnífico que en invierno siempre encuentro desierto, pero que en verano se pone durante el día hasta las trancas. Estoy sentado en la popa leyendo por enésima vez Juventud de Joseph Conrad, y de vez en cuando alzo los ojos y miro alrededor, el va y viene de veleros y barcos a motor, las maniobras impecables de quienes saben lo que hacen y las chapuzas patosas de los domingueros irresponsables, como ese imbécil que llega, larga cinco metros de cadena hasta que el ancla toca el fondo, y acto seguido embarca en la zodiac con la familia y deja el barco a la deriva, pues garrea poco a poco y va siendo empujado por el levante hacia el mar abierto. Y yo miro alejarse el barco con objetiva curiosidad antes de volver a Conrad. Que se joda, pienso pasando una página. Que se joda.

Entonces ocurre la cosa, y olvido el libro. Dos pequeñas motoras menorquinas con bandera española llegan juntas y fondean una cerca de la otra, próximas a mí. Las dos cargan a bordo familia, mujer, suegra, cuñados y niños. Como ocho o diez en cada barco. Una ha echado el ancla demasiado cerca de la proa de un yate inglés grande y lujoso, de esos que llevan media docena de marineros uniformados a bordo, y varios de éstos se asoman a decirle al de la lanchilla que está demasiado cerca, y que con el borneo se les puede ir encima. Se lo dicen a gritos, en inglés. Por supuesto, el de la motora –barriga cervecera, bermudas hawaianas, gorra fosforito, y estoy seguro de que se llama Paco, Pepe o Manolo– no habla una palabra de inglés, pero entiende los ademanes. Y ahí sale la raza. «Ni que os lo fuera a romper», les grita. Y luego, como los otros insisten y gesticulan, mientras tira de la lengüeta de una lata de cerveza les aclara jurídicamente el asunto. «Éstas son aguas españolas, y yo fondeo donde me sale de los cojones».

Los marineros ingleses siguen protestando. El dueño del megayate, un fulano gordo con el pelo blanco, su señora –supongo– y dos criaturas jóvenes se han asomado a ver qué pasa. Y todo el grupo, dueño, familia, marineros, increpa desde la borda al español, que pegado a ellos, erguido en la popa de su lanchilla, impávido mientras su legítima abre los tuperwares y reparte bocadillos a la familia, se rasca los huevos con una mano y bebe cerveza con la otra mientras les dice a los súbditos de Su Majestad que no con la cabeza. «Que no, tíos. Que vais de culo conmigo. Que de aquí no me mueve ni la Guardia Civil».

Pero lo mejor está por ocurrir. Porque el patrón de la otra motora que fondeó un poco más allá, o sea, el amigo del de la cerveza, que sin duda se llamará también Pepe, Paco o Manolo, ha visto la movida, y tras dejar allí a la familia viene solo, remando en un bote de goma a toda prisa, en socorro de su compadre. Y cuando llega, se interpone entre la lanchilla y el yate inglés, se pone de pie muy cabreado, y grita: «Lo que tenéis que hacer es devolvernos Gibraltar». Entonces el amigo de la lancha le pasa una cerveza, y acto seguido, ante los estupefactos ingleses, los dos compadres, como si estuvieran en el fútbol, se ponen a cantar: «Soy es-pa-ñol, es-pa-ñol, es-pa-ñol».
Cómo no los vas a querer, me digo. A estos animales. Cómo no los vas a querer.

Sobre catedráticos y catedráticas


En este país donde todo disparate tiene su asiento y cada tonto su momento, hay semanas en las que te dan el trabajo hecho; momentos en los que bastan un lápiz para subrayar o un marcador fosforito para que el artículo se escriba solo, con más elocuencia de la que uno mismo podría ponerle. Y éste es uno de esos artículos. No pretendo que lo lean, claro. Bastará con que lo miren. Por encima.

«Boletín oficial de la Región de Murcia. Viernes 29 de abril de 2016. Consejería de Educación y Universidades.

Resolución R-323/16 del Rectorado de la U. P. de Cartagena, por la que se convoca concurso de acceso al Cuerpo de Catedráticos y Catedráticas de Universidad (…)

Este Rectorado resuelve convocar el correspondiente concurso de acceso, por el sistema de promoción interna, al Cuerpo de Catedráticos y catedráticas de Universidad de las plazas que se detallan en el anexo I (…)

Requisitos de los candidatos y candidatas.

2.1.- Requisitos generales comunes.

a. Poseer la nacionalidad española, o la nacionalidad de alguno de los demás estados miembros de la Unión Europea.

También podrán participar, cualquiera que sea su nacionalidad, el/la cónyuge de los españoles y españolas y de los (?) nacionales de otros estados miembros de la UE, siempre que no estén separados o separadas de derecho y sus descendientes y los (?) de su cónyuge, siempre que no estén separados o separadas de derecho, sean menores de veintiún años o mayores de dicha edad que vivan a sus expensas.

Igualmente podrán participar las personas incluidas en el ámbito de aplicación de los Tratados internacionales celebrados por la Unión Europea y ratificados por España en los que sea de aplicación la libre circulación de trabajadores (?), en los términos definidos por la legislación de la Unión Europea.

Por último, podrán participar los/las aspirantes de nacionalidad extranjera no comunitaria cuando en el Estado de su nacionalidad se reconozca a los españoles y españolas aptitud legal para ocupar en la docencia universitaria posiciones análogas a las de los funcionarios y funcionarias de los cuerpos docentes universitarios españoles.

b. Tener cumplidos dieciséis años y no haber alcanzado la edad de jubilación.

c. No haber sido separado o separada, mediante expediente disciplinario, del servicio de cualquiera de las Administraciones Públicas, ni hallarse inhabilitado o inhabilitada para el desempeño de las funciones públicas. En el caso de los (?) aspirantes que no ostenten la nacionalidad española, deberán acreditar, igualmente, no estar sometidos o sometidas a sanción disciplinaria o condena penal que impida, en su Estado, el acceso a la función pública.

d. No padecer enfermedad ni estar afectado o afectada por limitación física o psíquica incompatible con el desempeño de las funciones correspondientes a los Cuerpos Docentes Universitarios.

e. Poseer un conocimiento adecuado del idioma español para el desempeño de la labor docente e investigadora asignada; en su caso, se podrá exigir la superación de una prueba que lo acredite. Quedarán eximidos o eximidas de realizar la prueba quienes estén en posesión del diploma de español como lengua extranjera (nivel B2 o C2) regulado por el Real Decreto 1137/2002, de 31 octubre, o del certificado de nivel avanzado o equivalente en español para extranjeros (?), expedido por la administración educativa competente.

f. Haber abonado los derechos de examen establecidos en la presente convocatoria o acreditar la exención del pago o bonificación.

2.2.- Requisitos específicos:

a. Ser funcionario o funcionaria del Cuerpo de Profesores y Profesoras Titulares de Universidad o de la Escala de Investigadores e Investigadoras Científicas (?) de los Organismos Públicos de Investigación y haber prestado, como mínimo, dos años de servicios efectivos bajo esta condición.

b. Estar acreditado o acreditada para el cuerpo docente de catedráticos y catedráticas de Universidad. Se considera que posee la acreditación regulada en el Real Decreto 132/2007, de 5 octubre, el profesorado habilitado conforme a lo establecido en el Real Decreto 774/2002, de 26 de julio, por el que se regula, etc, etc».
En fin. Les ahorro el resto del decreto; que sigue, hasta el final, del mismo tenor y tenora. Y es que, como dijo no recuerdo quién –o quizá fui yo mismo quien lo dijo– una ardilla podría cruzar España saltando de gilipollas en gilipollas, sin tocar el suelo.

El misterio de Göbekli Tepe, el sitio arqueológico que podría revolucionar nuestra concepción de la historia humana

Con frecuencia, los grandes avances científicos se producen superando teorías y leyes que se consideran verdaderas e inmutables. Cada salto supone la subida de un nuevo escalón hasta que volvemos a toparnos con sus límites y llega el momento de subir uno nuevo. El problema es que averiguar cuál es el siguiente escalón no resulta evidente ni fácil de escalar.
 
Es aquí donde entra en escena el sitio arqueológico de Göbekli Tepe, situado en el sur de Turquía en la frontera con Siria. Esta excavación amenaza con cambiar para siempre cuestiones sobre nuestra historia que dábamos por ciertas. Por eso es tan importante su descubrimiento.
 
La teoría actual del desarrollo humano
 
Al final de la última edad de hielo, los humanos tuvieron que enfrentarse a un cambio radical en su entorno. Los animales que tradicionalmente seguían, cazaban y se alimentaban se extinguieron o migraron hacia zonas más frías. El planeta dio paso a un clima más moderado con temperaturas más altas que propició la proliferación de plantas y otros tipos de animales.
 
Como consecuencia, el ser humano primitivo abandonó su vida nómada y aprovechó las oportunidades que brindaba este nuevo entorno. Así es cómo descubrimos la agricultura y ganadería, dos tecnologías que permitieron alimentar a la población de manera más constante y predecible que la caza y recolección.
 
Nacieron los asentamientos permanentes, donde se crearon sociedades más complejas y a partir de ahí surgieron las monarquías, artes, escritura y, posteriormente, las grandes religiones. Simplificando mucho, el resumen podría hacerse de la siguiente manera:
  • Hace 10.000 o 12.000 años comenzó la Revolución Neolítica.
  • Las nuevas condiciones meteorológicas permitieron el surgimiento de granjeros y ganaderos.
  • Después vinieron avances tecnológicos como la alfarería y la cerámica.
  • A raíz de todo ello, los humanos comenzaron a establecerse en asentamientos permanentes más o menos grandes: aparecen los primeros pueblos y ciudades.
  • Se especializan los trabajos gracias a que la agricultura y ganadería permiten liberar mano de obra.
  • Aparecen la escritura, artes y la monarquía.
  • Y finalmente, la religión como una consecuencia del desarrollo cultural. Las pirámides egipcias y Stonehenge son la terminación de todo ese esfuerzo.
Esta sucesión de fenómenos, que tardaron milenios en materializarse, es la que está a punto de ser superada. Y todo por el descubrimiento de Göbekli Tepe. ¿Por qué? Debido a la extrema antigüedad de este sitio: las estimaciones realizadas por carbono le dan una fecha de construcción alrededor del año 9.000 AC. Justo en el comienzo de la Revolución Neolítica y no tras ésta, como debería ser.
 
Dándole la vuelta a la historia
 
Göbekli Tepe no es un yacimiento arqueológico que simplemente retrase aún más el amanecer de la humanidad. No es un cambio de fechas y un donde dije digo, digo Diego. Es un cambio radical en la forma de entender nuestro pasado. La tesis principal sostenida hasta ahora es que la agricultura y ganadería permitieron liberar recursos y personas para realizar otras tareas. En esta ociosidad es donde nacen las civilizaciones.
 
El arqueólogo alemán Klaus Schmidt dirigió las excavaciones de Göbekli Tepe desde 1996 hasta su fallecimiento en 2014. Este arqueólogo encontró el sitio tres décadas después de que la Universidad de Estambul en conjunto con la de Chicago lo examinaran e ignoraran. En lo alto de una colina se ubican anillos de monolitos en forma de T de más de 7 toneladas, una capa sobre otra. El sitio es tan masivo que se estima que en la actualidad sólo se ha excavado el 5% del lugar.
 
Según el experto, este monumento se erigió con el propósito de servir de centro religioso. La primera "catedral" erigida por la humanidad. Con una fecha estimada de construcción alrededor del año 9.000 AC, Göbekli Tepe es 6.000 años más antiguo que Stonehenge y 6.500 años de las Grandes Pirámides. La teoría empujada por este yacimiento turco afirma que la evolución de la humanidad en esa época es justo al revés de lo que pensábamos.
 
Todo comenzó con la religión.
 
Schmidt argumenta que "el esfuerzo coordinado para la construcción de los monolitos creó la base de trabajo para el desarrollo de sociedades complejas". Es decir, que para alcanzar el fin de erigir un monumento, fue necesario crear la estructura adecuada a su construcción. Primero vino la religión, después la necesidad de proporcionar comida (agricultura y ganadería) y alojamiento a los trabajadores.
 
Esto le da la vuelta a la concepción original de la historia de la humanidad. Nuestro desarrollo comenzó como consecuencia del misticismo de los seres humanos hace más de 11.000 años y no al revés.

Las sombras de Göbekli Tepe

Erigir un complejo monumental que según los sondeos terrestres cuenta con más de 200 pilares de 7 toneladas cada uno levanta numerosas preguntas. Para Rodrigo Villalobos García, doctor en Arqueología por la Universidad de Valladolid, el enfoque no debe ser la tecnología empleada:
Este complejo monumental tiene una lectura económica y social. No debería ser tanto algo complicado en cuanto a tecnología como en cuanto a movilización: una gran fuerza de trabajo requiere primero sustento y luego también coordinación.
El arqueólogo afirma que se trata de un problema de liderazgo. ¿Cómo convences a las cientos o miles de personas necesarias para la construcción? ¿Qué les pudo convencer para hacerlo? ¿O eran esclavos? Igualmente habría que alimentarlos y alojarlos, pero el empuje de los líderes sigue estando ahí. Más importante aún, ¿de dónde procedería esa mano de obra esclava?
En cuanto al propósito de este monumento, Villalobos arroja más luz sobre Göbekli Tepe:
No incidiría en un único aspecto. No tendría por qué ser sólo un observatorio astronómico, o sólo un "templo". En muchas sociedades hay lo que se llaman "centros de agregación" que serían lugares, habitualmente monumentalizados, donde distintos grupos se juntarían en determinados momentos del año para distintas cuestiones: reforzar la identidad del clan o de la unidad política, intercambiar alimentos y productos manufacturados u otras cosas que hoy nos parecerían tan mundanas como "buscarle pareja a los descendientes".
A pesar de que Göbekli Tepe arroja luz a nuestro pasado prehistórico, son más las nuevas preguntas que han surgido que las respuestas que nos ha dado este complejo. Esta colina ha puesto patas arriba la concepción que teníamos de nuestro pasado y está creando un nuevo paradigma. Así continuará hasta el próximo secreto desentarrado por una palada de tierra.

Gobekli Tepe: teorías alternativas sobre su propósito

Un descubrimiento de este calibre es capaz de mandar un seísmo a los pies de los eruditos, que deben replantear las teorías que daban por probadas. Pero también atrae otras teorías alternativas que pretenden explicar algo que hasta entonces se consideraba imposible. Una de ellas afirma que Göbekli Tepe contiene un relato de una catástrofe sucedida en el pasado.
Esta teoría alternativa se detalla en el trabajo de Martin Sweatman y Dimitrios Tsikritsis, profesores de la escuela de ingeniería de la Universidad de Edimburgo. Aquí deberíamos ver ya la primera alerta sobre la verosimilitud del trabajo, ya que, como veremos más adelante, hablan de simbolismo y constelaciones cuando ninguno de los dos son expertos en la materia.
 
En cualquier caso, sigamos con su propuesta. Según ambos profesores, los pilares de Göbekli Tepe están decorados con animales y otras figuras no sólo por motivos estéticos, sino para transmitir un mensaje a través de los milenios. Su tesis se centra en el pilar 43, situado en el foso noroeste de la excavación (ver imagen superior). Aquí se encuentra la figura de un buitre cuya interpretación astronómica haría referencia a una constelación.
 
Ahí no termina su significado, ya que la posición de los astros que componen esta figura no sería tal y como lo veían los constructores de esta "catedral" en el año 9.000 AC, sino de la forma en que se vería en el cielo nocturno del año 10.950 AC. Algo para lo cual hacen falta conocimientos avanzados de matemáticas y física para poder calcular el movimiento de precesión de la tierra (el balanceo que se produce de los equinoccios y que tarda 26.000 años en producir una vuelta completa). Es decir, que el cielo que vemos cada noche (o no, si estás en una ciudad) no es el mismo que el de hace 2.000 años o el de dentro de 10.000.
 
Esta fecha no sería aleatoria ya que coincide con el último coletazo de la última glaciación, ocurrida en esa franja de tiempo. Ahí se inició lo que se conoce como Dryas Reciente. Los científicos aún no están de acuerdo en qué provocó el enfriamiento brusco de las temperaturas globales del Dryas Reciente, pero sí que hay una propuesta sin confirmar: la caída de varios trozos de cometa en América del Norte. Provocó una catástrofe mundial que los humanos de la época recordarían siglos después y posteriormente inmortalizarían en Göbekli Tepe.
 
Rodrigo Villalobos considera que la coincidencia entre Göbleki Tepe y el Dryas Reciente es algo a tener en cuenta para comprender el sitio. El arqueólogo no descarta una relación entre los grabados y las constelaciones de ese momento, pero cree que supone un "salto de fe" afirmar que todo el sitio constituye un mensaje para generaciones venideras.
 
Y es que ese salto de fe es el que los autores sugieren: que Göbleki Tepe no sólo supondría una recolección de una catástrofe planetaria sino que también encierra una advertencia. El cometa que provocó el Dryas Reciente está esparcido a lo largo de las Tauridas, una lluvia de estrellas que se ve desde la tierra cada año. Un "camino" que atravesamos cada año con el movimiento de traslación de la tierra y que escondería trozos similares a los que cayeron hace miles de años. ¿Cuál es el problema? Que según el controvertido autor y antiguo corresponsal del The Economist, Graham Hancock, la humanidad podría enfrentarse a un episodio de extinción en 2030 provocado por otro fragmento de cometa. Pero esta teoría ya queda al margen de la ciencia.

Las duchas frías son buenas (entre otras cosas, adelgazan)

Con la caliente te relajas y duermes mejor, pero estas aletargado, no consigues bajar de peso y te estás achicharrando la piel y las uñas. ¿Has pensado pasarte a las duchas frías?
 
Ya está aquí el calor y con él las interminables horas de sudores, las noches en vela y el atoramiento mental. Vamos, que en lo único que piensas todo el día es en darte zambullirte en el agua para que tu temperatura corporal corporal deje de ser similar a la de un horno crematorio. ¿Una buena ducha helada? Estupenda idea, y no sólo por el calor.
 
Seguramente ya habrás escuchado hablar de los beneficios de ducharte con agua helada. ¿No? Pues entre otras muchas cosas, mejora la circulación sanguínea, te deja la piel como un bebé y es una herramienta ideal para reducir el estrés. Es más, un estudio realizado en 2008 llegó incluso a asegurar que las duchas frías son eficaces para combatir la depresión.
Y cómo no, luego están todos aquellos que aseguran que si te duchas con agua fría durante todo el año evitarás resfriarte gracias a la regulación de tu temperatura corporal. Exacto, hablamos de esas personas que incluso van en chanclas en pleno diciembre porque “ya se han acostumbrado”.
 
Al margen de estas creencias un tanto extremas que tantos fans tienen, ¿qué pasaría a corto plazo si te duchases solo con agua fría al menos una semana? Si decides probar esta técnica durante siete días -y, a modo de detalle, te das un agua todos ellos- notarás los siguientes resultados:
 
Aprovechas más el tiempo
Te espabila tanto -y es tan desagradable las primeras veces- que lo más normal es que la duración de tu baño mañanero sea mucho más breve que cuando te metes bajo el agua caliente. De ahí que, sin darte ni cuenta, el tiempo te cunda mucho más porque estás más despierto de lo habitual. ¿Duchados, vestidos y desayunados en la mitad de tiempo? Es posible.
Si eres de baño nocturno, vete haciendo a la idea de que te toca trasnochar y aprovecha esos minutos extra en vela y totalmente despejado.
 
Mejora tu piel (y cabello)
Dicen los expertos en dermatología que una exposición prolongada al agua -especialmente si esta está caliente- puede quitar la piel de los aceites esenciales causando irritación y sequedad. Como tus duchas frías son raudas y veloces notarás como tu piel está nutrida y brillante en lugar de arrugada y escamada.
En cuanto al pelo, haz memoria de cuántas veces has pensado si el personal de la peluquería quería que se te congelasen las ideas o era un castigo gratuito. No son malas personas, de hecho lo hacen por tu bien: lavarse el pelo con el agua muy caliente lo deteriora mucho más rápido. Una semana de duchas frías y recuperará fuerza y brillo.
 
Vas más al baño
Ni té ni tá: resulta que el agua fría tiene un importante efecto diurético, así que es difícil entender por qué no está recomendado en todas las dietas para adelgazar. Una semana de estas duchas refrescantes mejora las cualidades depurativas del organismo ayudándote a eliminar toxinas a toda velocidad y evitando que se generen nódulos de grasa.
 
Adelgazas:
Vaya, pensabas que te estabas dando una ducha caliente relajarte y nadie te había dicho que en realidad era engordante. Exageraciones al margen, siguiendo con el hilo de su potencial diurético, al ducharnos con agua fría aceleramos el metabolismo y este se pone las pilas para producir calor y mantener nuestra temperatura corporal.
Eso sucede porque en el proceso se activa la grasa marrón, que es la que te ayuda a quemar a su archienemiga la grasa blanca, también conocida como lorzas o michelines. Una refrescante pérdida de peso.
 
El cuerpo se acostumbra
Igual que cuando te estás dando un baño caliente tu cuerpo pide que la temperatura del agua sea cada vez superior, cuando es una ducha fría puedes seguir bajando el termostato más y más y no notarás congelación. Al contrario, terminarás por estar la mar de a gusto bajo el chorro helado.

 
Cuando creas que la combustión espontánea es la única alternativa para tu organismo, no lo dudes más: un buen jarro de agua helada y tu salud te lo agradecerá. Adrenalina en estado puro para revitalizar cuerpo y mente y -de paso- quitarte esa sensación de calor asfixiante.

Con estos auriculares inalámbricos prometen entender hasta 37 idiomas

El típico gadget de ciencia ficción, ese traductor universal que sirve para entendernos con cualquier especie inteligente del universo, ya existe de verdad. O, al menos, nos acercamos bastante a él.
 
Eso es lo que pretenden los Clik, los primeros auriculares inalámbricos que traducen todos los idiomas con los que debamos lidiar en tiempo real (o eso dicen sus desarrolladores).

El atropellador y el picoleto


Una mañana, en Madrid y hace ya varios años, presencié una escena a la que creo haberme ya referido en otra ocasión, en esta misma página: un fulano con muy mala pinta, evidentemente empastillado hasta las trancas, amenazaba a los transeúntes con un cuchillo de notables dimensiones. Mariconas, decía. Que voy a daros a tós pa dentro, mariconas. Frente a él había dos policías nacionales de uniforme, fuska en mano, intimándolo, dicho sea en lenguaje administrativo, a deponer su actitud. Pero el otro no sólo no la deponía, sino que insultaba a los policías y a los transeúntes y amagaba dar tajos con el cuchillo. Mariconas, etcétera. Los maderos se miraban entre ellos, como diciendo qué carajo hacemos, colega, y ninguno se decidía a meterle en el cuerpo a aquel pájaro un balazo que lo dejara seco. Sabían la ruina que les caería encima como apretaran el gatillo. Y claro. Consciente del asunto pese al colocón que llevaba, el fulano del baldeo, tras amenazar un poquito más, salió corriendo de pronto como un cohete, seguro de que nadie lo iba a parar en serio. Los dos policías corrieron detrás, desaparecieron los tres de mi vista, y no sé en qué acabó la cosa, pues al día siguiente no leí nada en los periódicos. Supongo que no lo pillaron. O sí, cualquiera sabe. Pero recuerdo muy bien lo que me quedé pensando: para nada quisiera estar en la piel de esos dos pringados. De esos dos policías.

Me acordé ayer de eso, varios años después, al enterarme de que el Tribunal Supremo acaba de absolver a un guardia civil que en 2009 –estamos en 2016– mató de tres disparos, al término de una accidentada peripecia automovilística, a un fulano al que él y sus colegas picoletos habían estado persiguiendo a toda leche, con los pirulos azules destellando y las sirenas haciendo pi-po, pi-po, por las provincias de Ávila, Toledo y Madrid, después de que el pavo se saltara un control policial y provocase varios accidentes en su fuga, y para acabar la fiesta intentara rematar en el suelo, atropellándolo por segunda vez, a un agente que estaba herido. Cosa que impidió el compañero del atropellado, soltándole cuatro tiros al malo, de los que tres hicieron blanco y se lo llevaron directamente al otro barrio.

Siete años, oigan. Se dice pronto. Ante ese caso clarísimo, probado con todas las de la ley, o sea, que dio matarile a un elemento peligroso en defensa de la vida de un compañero, el picoleto de los tiros ha estado judicialmente empapelado durante siete años, nada menos. Los cuatro primeros como imputado, lo que significa que durante ese tiempo su vida profesional estuvo estancada, sin posibilidad de ascensos ni recompensas. Luego, el calvario de recursos, contrarrecursos y citas judiciales, que le costaron un año y medio de baja por depresión, y el resto de zozobras, abogados, informes periciales y puñetas administrativas durante las que jueces de diversas instancias, hasta llegar al Supremo, anduvieron dilucidando si impedir que atropellen por segunda vez a un guardia civil es legítima defensa o agresión fascista, si los disparos se hicieron desde tal o cual distancia, si el vehículo tenía metida la primera o la segunda marcha, o si -lo que convertiría el acto de liquidar al malo en descarado abuso policial- éste había sido diagnosticado con anterioridad de trastorno bipolar, y en el momento de la persecución y el atropello sufría un lamentable brote psicótico. La criatura.
 
Siete años, insisto, ha empleado la lentísima Justicia española en decidir si un guardia que con todos los motivos del mundo se carga a un malo en acto de servicio es culpable o inocente. Siete años pendiente de un hilo, de zozobra y ruina, durante los que al agente en cuestión se le ha reventado la carrera y parte de la vida por utilizar –con óptima puntería, por cierto, detalle que no ha elogiado nadie– la pistola reglamentaria que el Estado le confió para que defendiera a los ciudadanos y a sí mismo en el desempeño de sus funciones. Y por ahí seguimos, incapaces de apreciar lo obvio: que del mismo modo que quien se extralimita de gatillo o de placa debe sentir encima todo el peso de la ley, a quien cumple su deber no se le puede maltratar de esa manera. Porque así, cada vez más, nos arriesgamos a que frente al fulano del cuchillo, ante el atropellador, ante el malo que siempre estará ahí, beneficiándose de nuestros derechos y libertades, pero también de nuestra estupidez y nuestra demagogia, el guardia al que le toque, aunque sea honrado y valiente, deje la pistola en la funda, mire hacia otro lado y piense: «Anda y que os proteja vuestra puta madre».