miércoles, 12 de diciembre de 2018

Música y su relación con el rendimiento

 
Muchos estudios consultados demuestran las ventajas de escuchar música en el trabajo, ya sea animada o instrumental. Un estudio en Canadá reveló que en las semanas en que los trabajadores escuchaban música, éstos eran un 20% más rápidos. Los sonidos melódicos ayudan a motivar la secreción de dopamina en el área de recompensas del cerebro, lo que traduce en mejorar el humor, la autoestima, la predisposición y tiene ventajas para mejorar la salud..

Otro estudio que se llevó a cabo en un banco británico demostró que, al escuchar música animada, el rendimiento de los trabajadores era un 12,5% superior que cuando no la escuchaban. .

Por lo que se refiere a la concentración, según los expertos, las canciones instrumentales son excelentes para concentrarse, entre 15 y 30 minutos de escucha suelen ser suficientes..

Según el estudio “The effect of music listening on work performance” (en castellano, “Los efectos de la música sobre el rendimiento en el trabajo”), de la investigadora Teresa Lesiuk (University of Windsor), que acaba de ser publicado por revista “Psychology of Music” (PDF), escuchar música en el trabajo tiene un impacto positivo sobre el rendimiento de los trabajadores, si se cumplen determinadas condiciones..

 
Hay personas que mejoran su rendimiento cuando se escucha la música adecuada, la que les gusta, a la vez que realizan una tarea en el trabajo. Su cuerpo, al escuchar música, genera una sustancia llamada dopamina, lo que ayuda a eliminar estrés y a asociar el trabajo con algo que valoran positivamente. No siempre funciona, hay excepciones y no vale poner música de cualquier manera, pero, según el trabajo llevado a cabo por este equipo investigador, la música puede ayudar a conseguir mejores resultados en entornos profesionales. .

 
Según el estudio, no todas las personas reaccionan igual ante la música, por lo que existen casos en los que ésta puede tener un efecto en sentido contrario. Hay personas que no son más productivas en un ambiente en el que suena la música. La edad parece que también influye en el rendimiento del trabajador, siendo los de menor edad los que mejoran más cuando hay música mientras realizan una tarea, mientras que en los de mayor edad tiene menor impacto. .

Por otra parte, no todos los puestos de trabajo son iguales y no se puede extender a cualquier profesión o a cualquier tarea. Por ejemplo, no deben escuchar música en el trabajo aquellas personas que desempeñan determinadas profesiones de riesgo, en las que también necesitan estar concentrados pero también disponer del oído a pleno rendimiento para evitar accidentes.

 Si damos cierta credibilidad a estos estudios citados desde el departamento de RRHH podemos recomendar su utilización como elemento ambiental, previa selección y consulta con los grupos de trabajo, y probar sus resultados en algunos indicadores de productividad. Algún cuestionario de satisfacción tras su implantación puede ser útil.

No es fácil disponer siempre del ambiente óptimo de trabajo, así que dejar que los trabajadores escuchen su música para concentrarse y trabajar mejor, no es algo descabellado. Sea a nivel individual, que cada uno se ponga lo que quiera, o sea a través del hilo musical (no será fácil combinar los gustos de todo un equipo). No está de más al menos intentarlo y darle una oportunidad a la música y decir en el centro de trabajo aquello de Tócala otra vez, Sam.

La web musical Deezer ha reunido estos datos en una infografía, y ha creado dos playlists especiales para quienes deseen hacer la prueba y escucharlas mientras trabajan:

Playlist para pleno rendimiento
http://www.deezer.com/es/playlist/588529565

Playlist para concentración
http://www.deezer.com/es/playlist/588529315

lunes, 19 de noviembre de 2018

Un simple abrazo puede reducir significativamente el estrés y evitar que enfermes

Si alguien ha tenido un mal día o ha sufrido algún tipo de conflicto estresante en el trabajo o en el día a día, basta con que un buen amigo le dé un fuerte abrazo para que el estrés se reduzca, según sugiere un nuevo estudio publicado en Plos One.


Un abrazo antes de que se desahogue

Un compañero viene a desahogarse contigo: ha tenido un mal día. ¿Cómo puedes consolarle? ¿Invitándole a una cerveza? ¿Dejando que hable sobre el problema? No está mal, pero en la lista quizá habría que incluir darle un abrazo.

Es lo que sostiene Michael Murphy, un psicólogo de la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh: si las personas que reciben abrazos regularmente pueden gestionar mejor el estrés y los conflictos.

Algunos investigadores han argumentado que muchas de las conductas que utilizamos para apoyar a otras personas que están estresadas podrían ser contraproducentes porque estas conductas podrían comunicar involuntariamente que esas personas son competentes para gestionar el estrés.

Murphy y su equipo entrevistaron a 404 hombres y mujeres todas las noches durante dos semanas. Durante estas entrevistas, a los participantes se les hizo una simple pregunta de sí o no, si alguien los había abrazado ese día, y una simple pregunta de si o no sobre si habían experimentado un conflicto o tensión con alguien ese día.

También se les hicieron preguntas sobre sus interacciones sociales, cuántas interacciones sociales tuvieron ese día, y respondieron preguntas sobre estados de ánimo positivos y negativos.

Del mismo modo, cuanto más a menudo abrazaban las personas, menor era la probabilidad de caer enfermo, incluso entre personas que con frecuencia tenían interacciones tensas. En otras palabras, tanto el apoyo social como los abrazos evitan el debilitamiento del sistena inmunitario.

Curiosamente, el apoyo social puede ser beneficioso tanto para el donante como para el receptor. Investigadores en UCLA
escanearon los cerebros de los participantes mientras sus parejas recibían descargas eléctricas junto a ellos. Si los participantes tomaban la mano de sus compañeros durante el experimento, se activaban las regiones cerebrales asociadas con la atenuación del miedo. Este hallazgo indica que ofrecer apoyo social a través del contacto físico les permitió enfrentar mejor la experiencia estresante. Murphy sí añade esta advertencia:

"Nuestros hallazgos no deben tomarse como evidencia de que las personas deberían comenzar a abrazar a cualquiera que se sienta angustiado. Un abrazo de un jefe en el trabajo o un extraño en la calle no se puede considerar consensuado ni positivo."

 
 
 

jueves, 8 de noviembre de 2018

No pasa nada, se puede



No se llama Asun, pero da igual. O a lo mejor es verdad que se llama Asun. Podría llamarse de cualquier modo. Nació en un pueblo de Extremadura. Es morena, con el pelo largo. Muy eficaz en su trabajo. A los diecipocos, sin demasiados estudios ni perspectiva laboral alguna, se casó con un hijo de puta que a los pocos meses, cuando quedó embarazada de su primer hijo, empezó a pegarle. Todo fue a más con el paso del tiempo: palizas, maltrato verbal, reproches que ella encajaba con sumisa resignación. Qué otra cosa podía hacer, me cuenta. Estaba educada para eso. Para aceptar que él tenía razón porque traía el dinero a casa, y yo no era nadie: la que cocinaba, planchaba y paría hijos. En plural, pues ya teníamos el segundo. La que lo necesitaba a él para vivir, y le estaba obligada en todo. ¿Dónde iba a ir, si no? Sin él no era nada. Eso era lo que yo misma me decía mientras soportaba aquello. Él me daba un hogar, y sin él no era nada.
Asun recuerda todo eso por algo que ocurrió hace unos días. Y para entenderlo hay que saber lo que le pasó antes. Yo sé lo que pasó, pues la conozco hace veinticinco años, así que no necesito que me lo cuente otra vez. Sé del infierno que vivió atemorizada, indecisa, atrapada en la trampa sin poder, o creyendo que no podía, valerse por sí misma. Denunciar a un marido, en aquel tiempo y en su ambiente, era algo impensable. O dejarlo. Ni se le pasaba por la cabeza. Incluso creía, de buena fe, ser culpable de cuanto ocurría. Hasta que al fin, después de otra paliza, incapaz de soportar más, cogió a sus dos hijos pequeños y se fue. Primero al pueblo, con sus padres. Después buscó una casa y un trabajo. Algo humilde, claro, pues a los veintiocho años no tenía preparación para nada, o eso creía ella.
Hizo un poco de todo. Fregó suelos, lavó platos, sirvió en cafeterías, pintó paredes. Poco a poco fue pagando el alquiler, la luz, el agua, las cosas de los críos. Empezó a salir adelante. Llegaba a casa destrozada a las tantas, y entonces se ocupaba de lavar, planchar, cocinar para sus hijos. Los ratos que tenía libres, agotada, se sentaba a ver Sálvame o uno de esos programas frívolos. Era una mujer curiosa, sin embargo. No le interesaba la política, no votaba, pero leía algunos libros, novelas sencillas que iba alineando en los estantes de su casa. Trabajo, televisión, algún libro. Los críos crecieron, empezaron a ser ellos mismos. También Asun creció y fue ella misma. Afirmó sus ideas, su visión del mundo. Aprendió a gozar de la soledad tanto como de la compañía. Tuvo un novio, buena persona, que quería casarse, o vivir juntos, pero ella se negó. Había aprendido. Descubría libertades insospechadas, y estaba a gusto con ellas. Nada de volver atrás.
Al fin, su trabajo se estabilizó. A fuerza de constancia, competencia y honradez, consiguió seguridad social y salario fijo. Una situación razonable, primero, y estable al fin, que le dio la tranquilidad necesaria. Los hijos volaron solos. Siguió con su tele los fines de semana, con sus novelas –románticas, históricas– de vez en cuando, siempre que no fueran muy pesadas. Pudo ahorrar y viajó un poco. Y un día, al mirarse al espejo, se estudió con extraña curiosidad, cayendo en la cuenta de que aquella joven tímida y asustada, la que creyó depender de un hombre para toda la vida, hacía tiempo que se había desvanecido para dejar sitio a la que ahora la contemplaba desde el espejo. Una mujer distinta. Madura, serena. Libre.
Y me cuenta, al fin, lo del otro día. Cuando estaba en su coche esperando a su hija y observó que en otro aparcado cerca un hombre le pegaba a una mujer joven. Discutían y él le pegaba. De pronto se vio allí otra vez, treinta años atrás. Salió del coche sin pensarlo. Salió, me cuenta, corriendo hacia ellos. El hombre la vio venir, arrancó el automóvil y se fue con la mujer a la que maltrataba. Y recordándolo, Asun se queda pensativa y al fin encoge los hombros. No iba a hacerles nada, dice. Sólo quería contarle algo a ella, a la mujer. Asomarme a la ventanilla y decirle: «No pasa nada, vete. No tienes por qué aguantar. Te aseguro que no pasa nada, de verdad. Si de verdad quieres, puedes irte. Yo lo hice, y te juro que se puede».
 
Tras contármelo, Asun encoge otra vez los hombros. Siente no haber llegado a tiempo para decir eso a la mujer: «No pasa nada, chiquilla, se puede. No es el fin del mundo, sino el principio del mundo». Después me mira y mueve la cabeza. «Lo mismo puedes escribirlo tú, ¿no?… Puede que así lo lea ella, o alguna otra. Quizá de esa manera oigan lo que quise decir».
 
Y bueno. Aquí me tienen ustedes. Escribiéndolo.

Idiotas sociales



Hace poco, una jovencísima estudiante española colgó en Twitter una fotografía suya, vestida con unas ceñidas mallas negras y un top que en realidad era un sucinto sujetador de medio palmo de anchura, con el siguiente texto: Mi colegio es un retrógrado de mierda, me han echado de una clase por ir así vestida y echando la culpa a que luego se escandaliza todo por que no veas como estamos con que si miran las tetas y el culo xdddd putos retrógradxs. Y, bueno. Como ocurre en las redes sociales, eso dio lugar a muchos comentarios; unos a favor, solidarizándose con ella, y otros en contra, poniéndola de tonta y bajuna para arriba. La chica no era de las que se arrugan, y se defendió como gato panza arriba; si no con prodigios de sintaxis ni ortografía, sí con mucho aplomo, sin disminuirse un palmo. Y, en mi opinión, ahí estuvo lo interesante. En sus argumentos.
La idea general era que ella no había hecho nada malo. Que enseñar el cuerpo en clase no sólo no era malo, sino que era positivo: Claro que hay menores en el instituto y muy pequeños/as, pero ahí esta el error, al menos bajo mi punto de vista; si no se les enseña desde pequeños a normalizar un cuerpo en general.. que se lo vas a imponer con 20 años. Ésa fue una de las respuestas a sus detractores: normalizar el cuerpo. Lo argumentaba con la honrada convicción de estar en lo cierto y defender sus derechos ante mentes estrechas, anticuadas, viejunas. Apelaba a la libertad individual, a la necesidad de que la sociedad cambie sus puntos de vista, al ineludible futuro. Para ella, sentarse entre sus compañeros de ambos sexos con tres palmos de cuerpo desnudo al aire y una tirita de tela en torno al busto era un acto de libertad que ningún reglamento escolar tenía derecho a vulnerar. Mi cuerpo es mío y lo enseño donde me parece, era el asunto. Para la próxima me pongo uno más corto y pantalones mucho más cortos; no es mi problema que ustedes sexualixeis algo que es normaaaaallll,zanjaba irreductible, utilizando además con razonable soltura el punto y coma, algo poco frecuente en chicos de su generación.
La cosa me dejó un raro malestar: la certeza de que hay cosas en las que la sociedad europea, occidental o como queramos llamarla ahora, ha perdido el control de sí misma. Quizá sea difícil explicarlo y habrá quien no lo comprenda; pero creo que, sobre los razonamientos de esa chica, lo que inquieta es el aplomo con que los formulaba. Su seguridad de estar en lo cierto. Paradójicamente, yo habría preferido de ella una respuesta tan bajuna como el atuendo; algo como Me visto así para ir al kole porque me saaaale del chocho. Habría sido, en mi opinión, un argumento tranquilizador, rutinario, propio de una pedorra de baja estofa, de ésas que la telebasura consagra como modelos a imitar. Lo que me desazona es que la chica en cuestión razonaba bastante bien, aplicándose argumentos probados para otros menesteres y que a un joven de su edad deben parecer irrebatibles: libertad, orgullo, modernidad, cambio, futuro. Que alguien con mínimo sentido común pudiera preguntarle, como réplica, si ella iría a comer a un restaurante donde los camareros sirvieran en tanga, o se casaría con su novio yendo ambos en bragas y calzoncillos es lo de menos. Lo grave es que esa jovencita creía tener razón. Por eso me estremeció su aterradora honradez argumental. Y también me dio escalofríos comprobar –tendrá unos padres que la vean vestirse así para el instituto– que mucha gente comparte su opinión. Es, para entendernos, una idiota no intelectual sino social. Una idiota con argumentos, apoyada por otros idiotas, igualmente honrados, que la aplauden y justifican.
 
Asusta, y a eso iba, la ausencia de remordimientos, de complejos, de sentido del decoro o el ridículo. La ignorancia de que a veces, con determinadas actitudes, se falta el respeto a los demás. Ocurre como con el patán que el otro día, en un avión, no contento con ir en pantalón corto mostrando los pelos y varices de las piernas, se quitó las sandalias y me impuso sus pies descalzos como repugnante compañía durante dos horas y media de vuelo. Si me hubiese vuelto hacia él para ciscarme en su puta madre, me habría mirado con asombro, sin comprender. Era otro idiota social, inocente como tantos. Incapaz de verse en un espejo crítico y comprender lo que es y lo que simboliza. Sobre ese particular, recuerdo que un amigo maestro llamó la atención a un alumno por escupir al suelo en clase y éste replicó, sorprendido: «¿Qué tiene de malo?». Mi amigo me dijo que se quedó bloqueado, incapaz de responder. «¿Qué podía yo decirle? –comentaba–. ¿Cómo iba a resumirle allí, de golpe y en pocas palabras, tres mil años de civilización?».

Que todos queden atrás


Me lo comenta Javier Marías después de cenar, cuando se fuma el segundo cigarrillo en la terraza del bar Torre del Oro, en la Plaza Mayor de Madrid. Estamos sentados, disfrutando de la noche, cuando me habla del artículo que tiene previsto escribir uno de estos días. ¿Te has dado cuenta –dice– de que en los últimos tiempos está de moda destruir la imagen de cuantos hombres ilustres tenemos en la memoria? Pienso un poco en ello y le doy la razón. Pero no sólo en España, respondo. Ocurre en toda Europa, o más bien en lo que aún llamamos Occidente. Destruir a quienes fueron respetables o respetados. Derribar estatuas y bailar sobre los escombros. Es como una necesidad reciente. Como una urgencia.
 
Javier menciona nombres. No se trata ahora tanto, dice, de reivindicar a las muchas mujeres a las que la historia dejó en la oscuridad, ni de atacar a las conocidas, pues con ellas se atreven menos –aunque les llegará el turno–, como de ensombrecer biografías masculinas. Alfred Hitchcock, indiscutible genio del cine, pasó hace poco por eso: misógino, sádico, despótico. La película con Anthony Hopkins lo dejaba, además, como un idiota. De Gaulle tuvo lo suyo hace unos años, y ahora le toca a Churchill. El más brillante político de la Segunda Guerra Mundial, el que hizo posible que Europa resistiera a los nazis, aparece como un cretino en las películas que se han hecho sobre él.
 
Mientras damos un paseo antes de despedirnos, le paso revista a España. No se trata ya de Churchill, Hitchcock o De Gaulle, pues no los tuvimos; pero sí de quienes destacaron por sus actos o talla intelectual. Cierto es que en demoler reputaciones aquí tenemos solera: Olavide, Moratín, Jovellanos, Blasco Ibáñez, Unamuno, Chaves Nogales y tantos más. Incluso quienes fueron decisivos en la historia reciente: Suárez, Fraga, Carrillo, González. Pocos escapan a la máquina de picar carne, la necesidad de restar méritos, de rebajarlos según la tendencia, como dice Javier, de no admirar nunca a nadie. No se trata tanto de desmitificar como de destruir. Nada existe que no pueda ser violado, como decía Cicerón. Nadie merece ya respeto por su inteligencia o biografía. Cualquier analfabeto apesebrado en una formación política, cualquier cantamañanas nacido ayer, cualquier director de cine o periodista ágrafos hasta el disparate, cualquier tarugo con Twitter, cuestiona sin complejos a quienes ni podría rozar en talento, honradez o prestigio. Y acto seguido, centenares de imbéciles, tan ignorantes como él, asienten con la estólida gravedad de los tontos solemnes.

Tengo una teoría personal sobre eso. Y digo personal, así que no hagan responsable a Javier –en bastantes líos lo meto ya–, sino a mí. Del mismo modo que antes se admiraba a hombres y mujeres por su mérito, ahora unos y otros molestan. El talento incomoda como nunca. Los mediocres, los acomplejados, los bobos, necesitan que la vida descienda hasta su nivel para sentirse cómodos, y es destruyendo la inteligencia y ensalzando la mediocridad como están a gusto. En España, el talento real está penalizado. Convierte a quien lo posee en automáticamente sospechoso. De ahí a la nefasta palabra élite, tan odiada, sólo media un paso, claro. Y la palabra fascista está a la vuelta de la esquina.
¿Creen que exagero?… Echen un vistazo a los colegios, a los niños. Lo he escrito alguna vez: todo el sistema educativo actual está basado en aplastar la individualidad, la inteligencia, la iniciativa, el coraje y la independencia. En destruir a los mejores, con reproches incluidos a los padres: Luisa no habla con sus compañeras y prefiere leer, Alberto levanta demasiado la mano, Juan no juega al fútbol ni se integra en trabajos de equipo. Etcétera. Todo se orienta a rebajarlos al nivel de los más torpes, convirtiéndolos en rebaño sin substancia. No se busca ya que nadie quede atrás, sino que todos queden atrás. 
Ganarán los mediocres, no cabe duda. Suyo es el futuro, y se nota mucho. A ellos pertenece un mundo que los imbéciles –ni siquiera hay malvados en esto–, asistidos por sus cómplices los cobardes, fabrican a su imagen y semejanza. Por eso es tan admirable el tesón de quienes resisten: chicos, profesores, padres. Los que se mantienen erguidos y libres en estos tiempos de sumisión, rodillas en tierra y cabeza baja. Los que siguen necesitando referentes a los que admirar, nutrirse de libros, cine, ciencia, historia, literatura y cuanto sirva para obtener vitaminas con las que sobrevivir en el paisaje hostil que se avecina. Lecciones inolvidables de inteligencia y de vida.


La tierra de nadie


Ocurrió en 1938, en plena Guerra civil. El abuelete que me contó la historia murió hace once años. Digamos, por decir algo, que se llamaba Juan Arascués. Era bueno contando: breve, conciso, seco, sin adornos. Un hombre honrado con poca imaginación, pero que sabía mirar. Y recordar. Era uno de esos aragoneses pequeños y duros, de montaña y pueblo. Era de Sabiñánigo, o de un pueblo de allí cerca, donde el viento y el frío cortaban el resuello. Había trabajado desde los doce años en el campo, con sus hermanos, más tarde en una fábrica de Barcelona, y luego había vuelto al campo. Cuando estrechaba tu mano, te raspaba. Tenía las palmas tan encallecidas que podía tener en ellas, decía riéndose, un trozo de carbón encendido sin que le doliera.

Yo preparaba una novela que luego no escribí, y charlé con él varias veces. Y un día, al hilo de no sé qué, salió el asunto: la Guerra Civil. La había hecho muy joven, con los nacionales; porque, dijo, fueron los primeros que llegaron a su pueblo. «Si no hubieran sido ésos –contaba–, habrían sido los otros, como le pasó a mi hermano mayor». El hermano, en efecto, estaba en Barbastro, o en Monzón, un sitio de por allí, y fue reclutado por los republicanos sin que se volviera a saber de él. A Juan le dieron un máuser y una manta y lo mandaron al frente. Primero combatió a lo largo de la línea de ferrocarril de Belchite y luego en un sitio llamado Leciñena, del que se acordaba muy bien porque su compañía perdió mucha gente y él se llevó un rebote de bala en un muslo que se le infectó y lo tuvo tres semanas viviendo como un cura –fueron sus palabras exactas– en la retaguardia.
Acabó en las trincheras de Huesca, donde apenas llegado cumplió diecinueve años. El frente se había estabilizado por esa parte, la ciudad se mantenía en manos de los nacionales, y los fuertes ataques republicanos para intentar aislarla, muy duros al principio, fueron reduciéndose en intensidad. Juan recordaba un ataque de las brigadas internacionales; un duro combate tras el que se fusiló a varios prisioneros rojos «porque eran extranjeros y nadie les había dado vela en nuestro entierro». Después de eso, su sector se mantuvo estable hasta casi el final de la guerra. Era una guerra de posiciones, de trincheras, con el enemigo tan cerca que los contendientes podían hablarse. En los ratos de calma, que no eran pocos, se gritaban insultos, se leían los periódicos de uno y otro lado, y a veces, con altavoces, ponían música, cantaban jotas, coplas y cosas así. También intercambiaban noticias de sus respectivos pueblos, pues a cada lado había soldados que eran paisanos y hasta vecinos. Más de una vez, contaba Juan, dejaron, en un sitio determinado de la tierra de nadie, tabaco, librillos de papel de fumar y latas de conservas que se pasaban entre ellos.

Una mañana, apoyado en los sacos terreros con la culata del fusil en la cara, Juan oyó preguntar desde el otro lado si había allí alguien de su pueblo. Gritó que sí y preguntaron el nombre. Lo dijo, hubo un silencio y al cabo una voz emocionada respondió: «Juanito, soy Pepe, tu hermano». Entre lágrimas, y también entre el silencio respetuoso de los compañeros, los dos cambiaron noticias de ellos y de la familia. Los soldados lo miraban incómodos, contaba. Como avergonzados de estar allí con fusiles. Al día siguiente, tras pensarlo toda la noche, Juan fue en compañía de un sargento a ver a su capitán y le pidió permiso para ver al hermano. Excepto algún paqueo de rutina, el frente estaba tranquilo. Ya se habían encontrado otras veces rojos y nacionales en la tierra de nadie. Sólo pedía diez minutos. «Júrame que no vas a pasarte», le dijo el jefe. Y Juan sacó la crucecita de plata que llevaba en el pecho y la besó. «Se lo juro por esto, mi capitán».
Se vieron dos días más tarde, tras ponerse de acuerdo de trinchera a trinchera. Juan salió de la suya con los brazos en alto. Nadie disparó. Anduvo unos treinta metros y, junto al muro derruido de una casa, llorando a lágrima viva, se abrazó con su hermano. Hablaron durante diez minutos, fumaron juntos y volvieron a llorar al despedirse. Tardarían siete años en volver a verse. Y cuando Juan regresó a su trinchera, los compañeros sonreían y le daban palmaditas en la espalda. Aquel día, nadie disparó ni un solo tiro. «Era buena gente», me contaba Juan, entornados por el humo de un cigarrillo los ojos que se humedecían al recordar. «Los de uno y otro lado, hablo en serio. Estaban allí con sus fusiles en una y otra trinchera, brutos como ellos solos, sucios, egoístas, crueles como te hace la guerra… Pero de verdad eran buenos hombres».

miércoles, 31 de octubre de 2018

El primer bio-ladrillo del mundo producido a partir de la orina humana

Mediante un proceso natural similar al de las conchas marinas, investigadores de la Universidad de Ciudad del Cabo ha concebido el primer bio-ladrillo del mundo producido a partir de la orina humana.
 
El concepto de usar urea para cultivar ladrillos se probó en los Estados Unidos hace algunos años con soluciones sintéticas, pero es la primera vez que se usa orina humana real por primera vez. El estudio se publica en Journal of Environmental Chemical Engineering.

Proceso

Técnicamente se denonima precipitación de carbonato microbiano. En este caso, la arena suelta se coloniza con bacterias que producen ureasa. Una enzima, la ureasa descompone la urea en la orina mientras produce carbonato de calcio a través de una reacción química compleja.
 
Los ladrillos normales se hornean a temperaturas de alrededor de 1 400 ° C y producen grandes cantidades de dióxido de carbono, pero estos se fabrican a temperatura ambiente. Además, el proceso de bio-ladrillo produce como subproductos nitrógeno y potasio, que son componentes importantes de los fertilizantes comerciales. En cuanto a su dureza, Dyllon Randall, supervisor de la investigación, señala:
"Si un cliente quisiera un ladrillo más fuerte que un 40 por ciento de piedra caliza, permitiría que la bacteria fortaleciera el sólido haciéndolo crecer por más tiempo. Cuanto más tiempo permita que las pequeñas bacterias produzcan el cemento, más fuerte será el producto. Podemos optimizar ese proceso."

No son iguales las reivindicaciones sobre Gibraltar que sobre Ceuta y Melilla

Cada vez que desde España, por unas circunstancias u otras, se plantea la cuestión de la soberanía sobre Gibraltar, desde el otro lado del Estrecho, como producido por el eco, llegan las reivindicaciones de Marruecos sobre Ceuta y Melilla. Independientemente de a quién deben o deberían pertenecer hoy en día, que en ese tema no me voy a entrar porque no me compete, hoy voy a tratar de explicar por qué no se pueden meter en el mismo saco.

Gribaltar

En 1700, tras la muerte de Carlos II sin descendencia, las potencias europeas se disputaron el trono español, porque aunque España ya no era el imperio que había sido todavía era una potencia. Por un lado, Felipe de Anjou (Casa de los Borbones) –con el apoyo de Francia– y por otro, el archiduque Carlos (Casa de los Austrias, la rama española de los Habsburgo, a la que pertenecía el rey muerto) –con la coalición formada por Austria, Inglaterra, Holanda, Saboya, Prusia y Portugal. En 1701 comenzaba la Guerra de Sucesión, una guerra europea con tintes de guerra civil, ya que Castilla apoyaba al Borbón y Aragón al archiduque Carlos.
 
En ese contexto, el 3 de agosto de 1704 se presentó ante Gibraltar una flota anglo-holandesa al mando del almirante Rooke. Esta flota no viene en nombre de Inglaterra, sino del archiduque Carlos, uno de lo pretendientes al trono. Ante una fuerza naval importante -unos 900 cañones amenazando desde el mar-, las defensas de Gibraltar, al mando del sargento mayor Diego Salinas contaba con 80 soldados, un centenar de milicianos y 120 cañones de los que un tercio eran inservibles. Los ingleses instaron a la rendición en nombre del Archiduque. No obstante, como la mayor parte de España, incluido Gibraltar, ya habían prestado obediencia a Felipe de Anjou, la fortaleza decidió resistir. La flota anglo-holandesa bombardeó a conciencia el peñón y no les quedó más remedio que rendirse. El matiz importante es que Salinas no se rindió a los ingleses, sino al Archiduque Carlos. Pero es entonces cuando los ingleses hacen algo que, en mi tierra, se llama acto de piratería: el almirante Rooke, desobedeciendo las órdenes de su superior al mando el alemán Jorge Hesse Darmstadt, tomó el peñón en nombre de la reina Ana de Inglaterra.

En 1713 se firmó la Paz de Utrech en la que se reconocía a Felipe de Anjou (Felipe V) como rey de España y de las Indias. Para dicho reconocimiento par parte de los aliados, Felipe V tuvo que renunciar a sus derechos al trono de Francia y ceder la soberanía sobre Nápoles, Flandes, Cerdeña y Sicilia. Inglaterra, siempre dispuesta a sacar tajada, consiguió Menorca, el monopolio durante treinta años sobre el tráfico de esclavos con los territorios españoles en América y, gracias a su política de hechos consumados, Gibraltar. Menorca se recuperó en 1782 cuando una flota franco-española derrota a los ingleses, durante la guerra de Independencia de los EEUU… y Gibraltar ahí sigue más de tres siglos después.
 

 

Ceuta y Melilla.

Desde el punto de vista marroquí, ellos basan sus reivindicaciones en cuestiones geográficas, ya que ambas ciudades están rodeadas por territorio de Marruecos, pero nunca en razones históricas y de soberanía, en las que nada tienen que rascar. Básicamente porque Ceuta es española desde 1581, Melilla desde 1497 y el reino de Marruecos, como tal, se independizó de Francia en 1956. Siendo generosos y asimilando el reino de Marruecos a la dinastía alauita, que sigue gobernando hoy en día, nos iríamos hasta 1659 cuando los alauitas ocuparon Marrakech y establecieron el sultanato alauita. Por tanto, Ceuta y Melilla nunca, y digo nunca, pertenecieron a Marruecos.
 
¿Qué tendrían que hacer Marruecos para poder basar sus reivindicaciones en razones históricas o de soberanía?
 
En el caso de Melilla, Marruecos tendría que hacerse heredero de los imperios almorávide, almohade y benimerí -los imperios que dominaron el Magreb entre los siglos XI y XIII- y, de esta forma, podría incluso reclamar todo el Magreb y buena parte de la península ibérica (Al-Andalus).
 
 
Con Ceuta tendrían que remontarse más atrás, por ejemplo a los tiempos de las tribus bereberes norteafricanas que vivían dispersas por el norte de África, porque desde el siglo X Ceuta estuvo bajo la soberanía del califato de Córdoba, en el XI pasó a formar parte de la taifa de Málaga, en el XIII a la de Murcia, desde el XIV perteneció al reino nazarí de Granada y desde 1415 a Portugal. Y desde 1581 a España cuando bajo la testa de Felipe II se unieron las coronas de España y Portugal. Por cierto, a Ceuta se le concedió el título honorífico de “Siempre Noble y Leal” porque en 1640, cuando los reinos de España y Portugal se separaron, los ceutís decidieron seguir bajo la soberanía de la corona española.
 
 
 
Ya sé que es una explicación rápida y breve, pero creo sirve para hacernos una idea de que las reivindicaciones de Marruecos están cogidas con alfileres, si las comparamos con Gibraltar, ya que Ceuta y Melilla nunca, y digo nunca, han formado parte de Marruecos.
 
Por cierto, ¿sabéis cuál fue el momento de la historia en la que España estuvo más cerca de perder Ceuta y Melilla? Pues en 1801. Debido a la escasez de las cosechas y como se había hecho anteriormente, el gobierno español inició los trámites para comprar trigo al sultanato alauita. Ante la negativa del sultán Suleiman, Godoy, valido del rey Carlos IV, ordenó al embajador español ofrecer Ceuta y Melilla como moneda de cambio por el ansiado trigo. El sultán, que quería ser recordado por haber tomado Ceuta y Melilla por la fuerza, se negó… y hasta la fecha.

El olor a lavanda es relajante

Teníamos pistas de que el olor a lavanda ejerce un efecto relajante en las personas. Pero ¿cómo lo hace exactamente? ¿Cómo podríamos aprovecharnos de este efecto para que fuera usado en los hospitales?
 
Según un reciente estudio publicado en Frontiers in Behavioral Neuroscience, el compuesto de lavanda podría usarse para aliviar el estrés preoperatorio y los trastornos de ansiedad.
 

Linalool

Numerosos estudios ahora confirman los potentes efectos relajantes de linalool, un alcohol fragante que se encuentra en los extractos de lavanda.
El propósito de este estudio, sin embargo, es inculcar su uso como alternativa más seguras a los actuales fármacos ansiolíticos (que alivian la ansiedad) como las benzodiazepinas, tal y como explica el líder de la investigación Hideki Kashiwadani, de la Universidad de Kagoshima, Japón:
"En la medicina popular, durante mucho tiempo se ha creído que los compuestos olorosos derivados de extractos de plantas pueden aliviar la ansiedad."
En cirugía, por ejemplo, el tratamiento previo con ansiolíticos puede aliviar el estrés preoperatorio y, por lo tanto, ayudar a situar a los pacientes bajo anestesia general sin problemas.
 
 
 
Establecer el verdadero mecanismo de los efectos relajantes de linalool era un paso clave para avanzar hacia el uso clínico en humanos. Por ello, Kashiwadani y sus colegas ensayaron el compuesto con ratones para ver comprobar si el olor de linalool, es decir, la estimulación de las neuronas olfativas (sensibles al olor) en la nariz, es lo que realmente desencadena la relajación.
"Observamos el comportamiento de los ratones expuestos al vapor de linalool para determinar sus efectos ansiolíticos. Como en estudios anteriores, encontramos que el olor a linalool tiene un efecto ansiolítico en ratones normales."
Esto contrasta con las benzodiacepinas y las inyecciones de linalool, cuyos efectos sobre el movimiento son similares a los del alcohol.
 
Tampoco hubo efecto ansiolítico en ratones anósmicos, cuyas neuronas olfativas se han destruido, lo que indica que la relajación en ratones normales fue provocada por señales olfativas provocadas por el olor a linalol.
 
Ahora, se necesitan estudios similares para establecer los objetivos, la seguridad y la eficacia de linalool administrado a través de diferentes rutas, antes de pasar a los ensayos en humanos.

Los probióticos son en general inútiles y en realidad pueden dañarte

Los suplementos de bacterias "amigables" a menudo no mejoran nuestra microbiota intestinal y pueden ser dañinos tras la ingesta de antibióticos, de acuerdo con un nuevo estudio llevado a cabo por el inmunólogo Eran Elinav del Instituto Weizmann de Ciencia en Israel.
 

Probióticos

Los alimentos probióticos son alimentos con microorganismos vivos añadidos que permanecen activos en el intestino en cantidad suficiente como para alterar la microbiota intestinal del huésped, tanto por implantación como por colonización. Se han realizado ensayos clínicos en particular con cinco biotipos bacterianos, de los cuales cuatro son bacterias del grupo láctico (Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus paracasei, Lactobacillus plantarum y Bifidobacterium lactis) y una del grupo propiónico (Propionibacterium freudenreichii).
 
Sin embargo, las bondades de los probióticos están ahora en entredicho. En el estudio mencionado, los investigadores midieron qué sucede con el microbioma de las personas que toman probióticos con la esperanza de restaurar su microbioma después de los antibióticos.
 
Veintiún voluntarios tomaron un tratamiento idéntico con antibióticos y luego fueron asignados a tres grupos diferentes. El microbioma del primer grupo se permitió que se recuperara por sí mismo, mientras que el segundo grupo recibió probióticos. El tercer grupo fue tratado con una dosis de su propio microbioma pre-antibiótico original mediante un trasplante de microbiota fecal (FMT).
 
Las bacterias probióticas colonizaron fácilmente el intestino de todos los del segundo grupo después de que los antibióticos habían despejado el camino. Sin embargo, los investigadores se sorprendieron al descubrir que esto impedía el regreso del microbioma normal de la persona hasta seis meses. Los del tercero grupo, sin embargo, vieron restaurado más eficazmente su microbioma.
 
El mensaje final, pues, es que los probióticos no siempre cumplen con su reputación inofensiva, ,y para ser eficaces, su fórmula debe adaptarse a cada individuo.

Los alimentos con grases insaturadas progeten el corazón

Una nueva investigación publicada en Nature Communications ha descubierto por qué alimentos ricos en grasas insaturadas, como el aceite de oliva, pueden proteger contra las enfermedades cardiovasculares.
 


ApoA-IV

Una nueva investigación del Keenan Research Center for Biomedical Science (KRCBS) del St. Michael's Hospital demuestra que la ApoA-IV es un factor inhibidor de las plaquetas, pequeñas células sanguíneas que desempeñan un papel clave en múltiples enfermedades, particularmente en sangrado y enfermedades cardiovasculares .
 
La apolipoproteína A-IV, conocida como ApoA-IV, es una proteína plasmática. Los niveles de ApoA-IV aumentan después de la digestión de los alimentos, en particular los alimentos ricos en grasas insaturadas.
 
Estos nuevos hallazgos sugieren que la ApoA-IV es un bloqueador de glicoproteínas de superficie de las plaquetas GPIIbIIIa (también denominada integrina αIIβ3). La integrina αIIβ3 es un receptor de plaquetas que es necesario para que las plaquetas se agrupen en la sangre (llamada agregación plaquetaria). La agregación plaquetaria puede causar oclusión del vaso sanguíneo que bloquea el flujo sanguíneo y conduce a la trombosis. Si la oclusión del vaso ocurre en el corazón o el cerebro, puede causar un ataque al corazón, un accidente cerebrovascular o la muerte.
 
Los investigadores también examinaron la interacción de la ApoA-IV con los alimentos. Después de cada comida, las plaquetas son estimuladas, lo que hace que sea más fácil que se unan a los glóbulos blancos. ApoA-IV aumenta en la sangre circulante casi inmediatamente después de las comidas que contienen grasas insaturadas y disminuye la hiperactividad y los enlaces de las plaquetas, reduciendo así la inflamación después de las comidas y el riesgo de ataque cardíaco y accidente cerebrovascular.
 
Los alimentos que contienen grasas insaturadas incluyen el aguacate, nueces y aceites vegetales como la soja, canola y el aceite de oliva. Los productos cárnicos contienen tanto grasas saturadas como insaturadas.

lunes, 13 de agosto de 2018

La luz azul de nuestros dispositivos puede dañar nuestros ojos irreversiblemente

 
La luz azul se produce naturalmente en la luz del sol, que también contiene otras formas de luz visible y rayos ultravioleta e infrarrojos. Pero no solemos mirar fijamente el sol durante horas, porque ya desde pequeños nos han avisado que eso es malo para la vista.

Sin embargo, sí que nos pasamos horas mirando las pantallas de nuestros smartphones, tablets y otros dispositivos, que también emiten luz azul.

Luz azul

Se conoce como luz azul al rango del espectro de luz visible que tiene una longitud de onda entre 400-495 nm. La luz azul es un tipo de luz visible de alta energía como lo son el violeta y el índigo.

Los humanos pueden ver un espectro estrecho de luz, que va del rojo al violeta. Las longitudes de onda más cortas aparecen en azul, mientras que las más largas aparecen en rojo. Lo que aparece como luz blanca, ya sea por la luz del sol o la pantalla, en realidad incluye casi todos los colores del espectro.

Un equipo de investigadores de la Universidad de Toledo, Ohio, ha descubierto que la luz azul emitida por nuestras pantallas puede causar degeneración macular, un trastorno ocular que destruye lentamente la visión central y aguda, y no tiene remedio. Lo que ocurre es que la luz azul provoca la oxidación de la retina, creando "especies químicas tóxicas".

 
La luz azul tiene más energía y una longitud de onda más corta que otros colores, por lo cual daña gradualmente el ojo. Y estamos continuamente expuestos a ella y la córnea y el cristalino no pueden bloquearla ni reflejarla. La enfermedad surge entre personas de 50 o 60 años, por la muerte de las células receptoras de luz de la retina.

En los Estados Unidos la degeneración macular vinculada a la edad es la causa principal de ceguera. Así que, mientras se continúan haciendo investigaciones al respecto, los investigadores recomiendan usar gafas de sol que filtren tanto los rayos ultravioletas como los azules y evitar mirar el smartphone o la tableta en la oscuridad.

Otra opción que podría tomar los fabricantes es evitar depender tanto de la luz azul. Por ejemplo, los militares todavía usan luz roja o naranja para muchas de sus interfaces, incluidas las que se encuentran en las salas de control y las cabinas de mando. Estos son colores de bajo impacto que son adecuados para los turnos nocturnos.

viernes, 10 de agosto de 2018

Eliminar infecciones sin el uso de antibióticos podría ser realidad con intervenciones nutricionales

 
El uso excesivo de antibióticos está propiciando una epidemia de resistencia a los antibióticos, ya que se eliminan más bacterias susceptibles, pero las cepas más resistentes viven y se multiplican.
 
El año pasado, de hecho, la Organización Mundial de la Salud publicó la primera lista de bacterias resistentes a los antibióticos, que incluye a las doce familias más letales, y que pone de manifiesto la amenaza que suponen las bacterias resistentes a múltiples antibióticos. Pero ¿y si ya no fueran necesarios los antibióticos?

Elementos comunes de la dieta

Investigadores del Instituto Salk sugieren en un estudio que administrar suplementos dietéticos de hierro a los ratones les permitió sobrevivir a una infección bacteriana normalmente letal y provocó que las generaciones posteriores de esas bacterias fueran menos virulentas.
 
El estudio, que aparece en la revista Cell el 9 de agosto de 2018, demuestra en estudios preclínicos que las estrategias no basadas en antibióticos, como las intervenciones nutricionales, pueden desviar la relación entre el paciente y los patógenos del antagonismo hacia la cooperación.
 
El trabajo sugiere que, en lugar de matar bacterias, si se promueve la salud del huésped se puede controlar el comportamiento de las bacterias para que no cause enfermedades, y realmente podemos impulsar la evolución de cepas menos peligrosas.
 
Para demostrarlo, se estudió una infección gastrointestinal de origen natural en ratones causada por Citrobacter rodentium (CR), que produce diarrea, pérdida de peso y, en casos extremos, la muerte.
 
 
Para ello, administraron a una población de ratones una dosis LD100 de Citrobacter (que debería matar al 100 por 100 de la población hospedadora) y alimentó a la mitad de la población con una dieta normal y la otra mitad a una dieta suplementada con hierro durante solo 14 días, después de lo cual regresaron a una dieta normal. Tras 20 días, todos los ratones infectados en el grupo sin hierro habían sucumbido a la infección. Sin embargo, en el grupo de hierro suplementario, el 100 por 100 de los ratones infectados estaban vivos y sanos, incluso cuando llegaron al día 30.
 
El análisis tisular en el transcurso del experimento mostró que ambos grupos de ratones infectados tenían niveles comparables de bacterias, sin embargo, el grupo de hierro parecía saludable, mientras que el grupo sin hierro empeoró.
 
Un año después, los animales infectados con Citrobacter y que habían recibido un único ciclo de dos semanas de hierro en la dieta estaban vivos y sanos, y sorprendentemente aún colonizados por el patógeno en su tracto gastrointestinal. Lo que había pasado, básicamente, es que se había impulsado la evolución de las cepas debilitadas del patógeno.
 
Esto no significa que los suplementos de hierro vayan a salvar vidas, porque hay infecciones donde el hierro está desaconsejado, como es el caso de la malaria. Sin embargo, estos hallazgos son importantes porque sugieren que manipular el estado metabólico del huésped y del patógeno con elementos dietéticos comunes puede ser extremadamente eficaz en la cura de infecciones. Lo que significa que podríamos tratar las infecciones con estrategias que son más accesibles a nivel mundial.

jueves, 12 de julio de 2018

Lo que pone tus ojos rojos en la piscina no es el cloro, sino la orina

Si buceas mucho en la piscina y abres los ojos, al final se te pondrán un poco rojos y te escocerán ligeramente. La razón popular que se aduce a este hecho es la concentración de cloro del agua.
 
Sin embargo, el origen de ello no es el cloro, sino la orina de todas las personas que pasan por la pisicina.

Orina y otras cosas

El verdadero origen del escozor y el rojo de nuestros ojos, además de la orina, son otras sustancias desagradables, como restos fecales, restos de sudor y suciedad en general del cuerpo de los usuarios de la piscina.
 
En realidad, el cloro es un responsable indirecto. Cuando la orina y el cloro se mezclan, la combinación convierte el cloro en un derivado del amoníaco llamado cloramina, que tiene un olor distintivo, y reputación de causar problemas respiratorios y un efecto revelador en los ojos.
Con todo, lo peor de todo son los restos fecales. Las personas con diarrea pueden propagar Cryptosporidium, un parásito resistente al cloro que es la principal causa de enfermedades transmitidas por el agua.
 
Para evitar estos males hay que obligar a los usuarios a pasar por la ducha antes de introducirse en la piscina. Y a no orinar en ella, naturalmente.

lunes, 9 de julio de 2018

La gente que usa corbata podría estar reduciendo el flujo de sangre al cerebro

Determinados movimientos sociales y gran parte de la juventud siempre ha desconfiado de la gente que viste con corbata. Los encorbatados, sencillamente, no son de fiar, llevan algo parecido a un palo insertado en el recto, han perdido la capacidad de soñar y ser felices, han sido devorados por la Nada, parafraseando La historia interminable.

Siguiendo con estas metáforas, un nuevo estudio sugiere que el uso de corbatas podría estar restringiendo el flujo de sangre que llega al cerebro de sus portadores.

Flujo de sangre
 
La investigación sugiere que el elemento básico del uniforme para hacer negocios (y dirigir un país) reduce el flujo de sangre al cerebro al aplastar las venas del cuello. Robin Lüddecke, del Hospital Universitario de Schleswig-Holstein, en Alemania, escaneó con sus colegas los cerebros de 15 hombres jóvenes sanos antes y después de ponerse corbata.
 
Cada participante recibió instrucciones de hacer un nudo Windsor y apretarlo hasta el punto de una ligera incomodidad. Lo suficiente como para vestir elegante.
 
Justo después de que los hombres ajustaron los lazos, el flujo de sangre en sus cerebros cayó en un promedio de 7,5 por ciento. Sin embargo, no se observaron cambios en el flujo sanguíneo cuando el experimento se repitió con 15 hombres que no se pusieron una corbata.
 
Es poco probable que una caída del 7.5% en el flujo sanguíneo produzca algún síntoma en el cerebro de una persona sana. Sin embargo, sí podría crear problemas para los fumadores, las personas mayores o aquellos con presión arterial alta. El uso de corbata, en estos casos, podría causar dolores de cabeza, mareos y náuseas.
 
No parece que esa restricción de sangre, pues, provoque que los que usan corbata usen el cerebro de forma menos eficaz. Tampoco parece, en principio, que el uso de corbata facilite padecer Alzheimer, a pesar de que a restricción sanguínea a largo plazo al cerebro está asociada con el desarrollo del mismo.
 
Si quienes las usan no quieren dejar de usarlas para no perder elegancia y charm, una posible solución pasa por hacer nudos más flojos... aunque eso haga diminuir un poco dicha elegancia.